Por Marta Platía
Nada es lo mismo cuando una testigo mujer aparece en la escena del juicio. Luego de los reconocimientos de rigor, la mayoría de los represores piden al juez ejercer su derecho de pasar a una sala contigua y observar por un circuito cerrado de televisión. Y tienen porqué. A diferencia de los hombres, las ex detenidas les enrostran dolores y delitos , como hizo la líder docente Soledad García ante el mismísimo Jorge Rafael Videla: “Los desaparecidos no eran una entelequia –como él declaró en 1977—tenían vida y ustedes se las quitaron ”. O Stella Grafeuille, que en la audiencia del miércoles se paró frente al represor Enrique Mones Ruiz, y le obligó: “¡Míreme, por favor!” , cuando el reo se empeñaba en mantener la cabeza baja y la cara semioculta.
No debe ser fácil enfrentarlas, ni aún para quienes parecen convencidos y no expresan –o demuestran– arrepentimiento.
Según coinciden los testimonios de las cuatro sobrevivientes de la causa que declararon hasta ahora, las mujeres de la UP1 parían esposadas a la cama , los ojos vendados, como Marta González de Baronetto; a quien fusilaron el 11 de octubre de 1976 ; y habían torturado poco después de dar a luz. “Mientras la picaneaban –afirmó su esposo y ex detenido– le hacían tocar unos dedos. Le decían que eran de la manito que le habían cortado al bebé apenas nacido”.
Las mujeres de la UP1, eran vejadas: “Nos desnudaban y hacían simulacros de fusilamiento en el patio de la cárcel. Nos manoseaban”, declaró Gloria Alicia Di Rienzo. Y a diferencia de las celdas de los hombres, cuyas puertas y ventanas fueron selladas para que no vieran lo que ocurría afuera; a ellas hasta les abrían los postigos de par en par para que observaran los tormentos . Así, Stella y Gloria vieron cómo torturaban al médico René Moukarzel, a quien estaquearon hasta la muerte. “(Gustavo Adolfo) Alsina me dijo que eso pasaría con nosotros. Yo no lloré porque sabía que si lo hacía, me podían matar”, recordó Grafeuille. “Yo ví cómo se llevaban a Marta Rosetti de Arquiola –declaró Gloria–. Cuando iba por la mitad del patio, y aunque ella sabía que la iban a matar, volteó la cabeza y se sonrió. Le dio fuerzas para resistir.”
Nada es lo mismo cuando una testigo mujer aparece en la escena del juicio. Luego de los reconocimientos de rigor, la mayoría de los represores piden al juez ejercer su derecho de pasar a una sala contigua y observar por un circuito cerrado de televisión. Y tienen porqué. A diferencia de los hombres, las ex detenidas les enrostran dolores y delitos , como hizo la líder docente Soledad García ante el mismísimo Jorge Rafael Videla: “Los desaparecidos no eran una entelequia –como él declaró en 1977—tenían vida y ustedes se las quitaron ”. O Stella Grafeuille, que en la audiencia del miércoles se paró frente al represor Enrique Mones Ruiz, y le obligó: “¡Míreme, por favor!” , cuando el reo se empeñaba en mantener la cabeza baja y la cara semioculta.
No debe ser fácil enfrentarlas, ni aún para quienes parecen convencidos y no expresan –o demuestran– arrepentimiento.
Según coinciden los testimonios de las cuatro sobrevivientes de la causa que declararon hasta ahora, las mujeres de la UP1 parían esposadas a la cama , los ojos vendados, como Marta González de Baronetto; a quien fusilaron el 11 de octubre de 1976 ; y habían torturado poco después de dar a luz. “Mientras la picaneaban –afirmó su esposo y ex detenido– le hacían tocar unos dedos. Le decían que eran de la manito que le habían cortado al bebé apenas nacido”.
Las mujeres de la UP1, eran vejadas: “Nos desnudaban y hacían simulacros de fusilamiento en el patio de la cárcel. Nos manoseaban”, declaró Gloria Alicia Di Rienzo. Y a diferencia de las celdas de los hombres, cuyas puertas y ventanas fueron selladas para que no vieran lo que ocurría afuera; a ellas hasta les abrían los postigos de par en par para que observaran los tormentos . Así, Stella y Gloria vieron cómo torturaban al médico René Moukarzel, a quien estaquearon hasta la muerte. “(Gustavo Adolfo) Alsina me dijo que eso pasaría con nosotros. Yo no lloré porque sabía que si lo hacía, me podían matar”, recordó Grafeuille. “Yo ví cómo se llevaban a Marta Rosetti de Arquiola –declaró Gloria–. Cuando iba por la mitad del patio, y aunque ella sabía que la iban a matar, volteó la cabeza y se sonrió. Le dio fuerzas para resistir.”
Las mujeres de la UP1 se cantaban de celda a celda para darse ánimos. “Tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja/ como un aullido interminable/ interminable./ Nunca te quedes ni te apartes/ junto al camino nunca digas/ no puedo más y aquí me quedo/ y aquí me quedo/”, Soledad García había elegido Palabras para Julia , del poeta Juan Goytisolo. Y las que podían la acompañaban. Una canción que en medio del horror viajó hasta el campo de concentración de La Perla, según contó otro detenido, Eduardo Porta, a la periodista María Rosa Grotti.
Las mujeres de la UP1, dicen, resistieron pensando en las que mataron –como a Diana Fidelman “con quien se ensañaron por ser judía”; en los hijos, “algunos gatearon en el penal”; en el compañero y en las de afuera. Las que “patalearon en los cuarteles, rogaron ante la Iglesia, o le dieron vueltas a la Plaza”, como Rosario, la esposa de Pablo Balustra que antes de terminar su testimonio —de los más estremecedores que se hayan escuchado— agradeció “la oportunidad de hacer el duelo y creer en la Justicia”. ¿Los imputados? Con Videla y Menéndez a la cabeza, sólo se atrevieron a verla por tevé.
Queremos expresar nuestra profunda admiración y orgullo por estas mujeres, por las que sobrevivieron y por las que no.
Las manos asesinas no pudieron ahogar su canto, ni su risa, ni su compromiso, ni su valentía...mientras los canallas bajan la cabeza ellas la tienen en alto, los miran de frente...
ellas están de pie.
"NACIMOS EN SU LUCHA, VIVEN EN LA NUESTRA"
H.I.J.O.S.
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